lunes, 15 de febrero de 2016

No los quiero... ni de lejos.




Indudablemente la vida está repleta de anécdotas... unas gratas, otras sorprendentes y, lamentablemente, algunas muy desagradables.

Vendiendo en las ferias y mercadillos, observando a la gente, se aprende mucho sobre la naturaleza humana, y una aprende a discernir a quién deja entrar en su vida, aunque sea en forma de "conocido".

Toda esta reflexión viene a raíz de que ayer presencié cómo un inocente y asustado ratón moría de una patada por un "colega" de mercadillo, mientras su mujer gritaba "¡mátalo, mátalo!", Fue todo muy rápido, y me percaté demasiado tarde para poder evitarlo. Fue el grito, la carrera y luego el ruido del golpe lo que me hizo darme cuenta de lo que estaba pasando, y me dejó un nudo en el estómago que vuelve cada vez que lo recuerdo. Evidentemente, no quiero a esos personajes ya ni como conocidos.

Y algunos dirán "Si es solo un ratón" o "los ratones traen enfermedades". Yo solo vi el cuerpecito de un ser que segundos antes estaba vivo, tirado ahí como una colilla, y sentí angustia por él. Estaba cerca de una puerta, solo hubiera sido cuestión de abrirla para que pudiera salir... ¿cómo se puede ser tan cruel?. Y luego, como mi cara era un poema, aún se dieron el gusto de reír y hacer comentarios de mal gusto, que prefiero no repetir, y al "héroe" de turno enorgulleciéndose de su "hazaña".
No... definitivamente, esa gente cuanto más lejos mejor.

¿Soy tonta? puede ser... pero prefiero seguir siendo como soy.